Monday, June 26, 2017

¿ORGULLOSO YO?



Para aprovechar mejor el contenido de este blog, favor leer el Salmo 19:7-14.
Si tuviéramos que escoger un tema central del Salmo 19 sería: Las formas como Dios se revela al hombre. Los versículos 1-6 hablan de una revelación general: el hombre sabe que hay un Dios creador y poderoso, por medio del testimonio de la naturaleza. Sin embargo, dicha revelación es insuficiente para salvar a una humanidad caída, cuyos sentidos y percepción están bajo los efectos del pecado.

Del versículo 7 en adelante David el salmista habla de la Revelación especial: La Palabra de Dios. Estos versículos exaltan las características y perfecciones de la Escritura, junto con sus maravillosos efectos sobre la vida del que la escudriña. 

Pero a partir del v.12 el salmista hace una pausa y se enfoca en un defecto que aqueja a todo ser humano: el orgullo o la soberbia. Dice que una de las características más perniciosas de dicho defecto es que cuando lo padecemos, somos totalmente ciegos al mismo. No somos capaces de reconocer nuestros defectos. UN ORGULLOSO, SEGURAMENTE AL LEER ESTE BLOG DIRÍA: "YO NO SOY ASÍ, YO NO TENGO ESTE PROBLEMA. SE LO VOY A COMPARTIR A TAL Y TAL PERSONA. ¡ELLOS SÍ LO NECESITAN!" Y es que muchas veces, aun siendo creyentes, el orgullo se disfraza de humildad.

¡Cuántas veces habíamos echado la culpa de nuestros desacuerdos a los demás, dando por sentado que nosotros teníamos la razón! ¡Cuántas veces incluso oramos pidiendo a Dios tolerancia y paciencia con los supuestos defectos de los demás, cuando en realidad el problema estaba en nosotros! ¿Qué tal si esas “personas difíciles” con las que nos costaba llevarnos, eran en realidad reflejo de nuestro orgullo y no de sus propios defectos?

ALGUNOS INDICADORES DE QUE LO PADECEMOS
Respecto al prójimo, el orgullo nos hace tener un concepto de nosotros mismos como superiores a los demás (leer Romanos 12:3 y Filipenses 2:3), pero esto es sutil. Por fuera no lo demostramos, sino en lo más íntimo de nuestro corazón. Nos comparamos y somos competitivos en extremo, aunque disimulamos. Nos cuesta alegrarnos por los éxitos de otras personas, y no nos gusta reconocer sus virtudes. 

Vemos los defectos de otros con facilidad, más no los nuestros. El orgulloso siempre está notando las fallas de otras personas, usando incluso la Biblia para corregir a todos, pero no se autoexamina ni corrige a sí mismo. ¡En la iglesia es un experto señalador, y se caracteriza por la crítica!

La persona orgullosa se atribuye a sí misma los éxitos obtenidos, y le cuesta reconocer su culpa en los fracasos. Al soberbio no le gusta someterse a ninguna autoridad. No glorifica la gracia de Dios por sus éxitos (leer 1ª Corintios 15:10). Sin saberlo, el orgullo nos dominaba y nos llevaba directo a la rebeldía contra Dios, pues estimamos nuestra opinión como más sabia que la Palabra de Dios. 

Pero la Palabra revelada al creyente, y el Espíritu Santo nos salvan de nuestra propia soberbia, pues actúan como un espejo que nos muestra la verdad acerca de nosotros mismos. Y nos dimos cuenta que éramos orgullosos, soberbios y estábamos llenos de defectos que por años no habíamos visto. Lo maravilloso de la Gracia de Dios es que, con solo admitirlos con humildad y rendírselos a Dios, comenzaban a disminuir. Ya no se enseñoreaban de nosotros. Perdieron fuerza en nuestra vida. 

Cada vez que me expongo a la Palabra, el Espíritu me limpia y me dirige a identificar los defectos que aun quedan en mí. Con humildad se los rindo cada día, y mis relaciones interpersonales mejoran. La Palabra y el Espíritu me van transformando a imagen de Jesús. Él dijo: "aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo 11:29). Siendo Dios se humilló, fue obediente y se entregó en la cruz (Fil.2:5-11). 

Con la ayuda de Dios puedo despojarme de mi soberbia y amar sinceramente a los demás. Puedo servirles y ser paciente con sus defectos. Cuando me enojo por algo que no me gusta hago una pausa, y le pido al Señor que me muestre en qué estoy fallando yo, para poder admitirlo y pedir disculpas. Así “son gratos los dichos de mi boca, y la meditación de mi corazón” delante de Dios mi redentor.

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